Historia: Las cicatrices de Lafourcade

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Natalia Lafourcade fue entrevista por Elsa Cabria, del diario nacional mexicano El Universal. Mismo que ha dedicado su publicación semanaria Domingo con ella en portada y con una historia tan «profunda» que la misma Natalia se sintió contenta de éste tipo de trabajo, con el cuál compartió parte de su vida personal con esta periodista española.

La cantante necesitó cinco discos para sentirse bien consigo misma. Hoy, después del éxito de su álbum homenaje a Agustín Lara, dice que ya aprendió a escribir canciones. Con las maletas listas para irse de gira por Europa, y considerada ya como uno de los mejores músicos del país, Natalia dice que es la misma, pero distinta a la vez: una mujer a la que la música le salvó (literalmente) toda su vida

Un arquitecto está feliz. Ha diseñado una casa con una habitación secreta. Para acceder al misterioso cuarto, la propietaria entrará por el armario del dormitorio y subirá por una escalera de caracol. La vivienda está en construcción; es pequeña, de madera y está elevada sobre postes en una zona apartada de Coatepec, en el centro de Veracruz. El arquitecto puso cara de emoción al recibir el encargo. ¿Por qué querría alguien un cuarto oculto? «En algún momento, espero, tendré marido e hijos, y habrá ratos en los que no quiera verlos», justifica la cantante Natalia Lafourcade. La habitación secreta será el lugar donde se retire a componer.

Dos chonguitos burlones definieron su imagen cuando se hizo popular a los 18 años. «Era la moda», dice. «Ahora sólo me hago un chongo. Y cuando estoy en casa». La adolescente que creó el hit En el 2000 es una mujer lejos de un escote. Lo más que exhibe es su boca debajo de un gorro de lana negro que le cubre media cara. A las 10 de la mañana, Lafourcade (Ciudad de México, 1984) aún sigue muerta de sueño. La noche anterior iba a ir al concierto del cantante chileno Gepe, pero se quedó hasta las 4 de la madrugada ayudando a su compañera de departamento, la diseñadora de moda Alejandra Quesada, a elegir las piezas para presentar en un desfile. Viven juntas desde hace ocho meses, cuando Quesada se mudó con ella a la colonia Roma, en el Distrito Federal. Ambas habían roto con sus parejas. «Nos salvamos mutuamente», cuenta la cantante.

Entre los 10 y los 11 años, no recuerda con exactitud cuándo, dijo a su familia que quería ser cantante. Por eso, antes de los chongos, a los 14, Lafourcade formó parte de un trío preadolescente llamado Twist, en el que hacían playback y brincaban como si estuviesen en clase de aeróbics. Su canción más famosa fue Late mi corazón, pero el proyecto ni jaló ni le gustaba, así que se salió después de tres años. Cuando alcanzó la mayoría de edad, la pequeña Lafourcade se hizo grande a los ojos del público. Pero necesitó sacar cinco álbumes hasta llegar a sentirse bien consigo misma. «Me costó mucho trabajo entender que era un producto. Ya no lo soy, soy mi propio producto, no soy el producto de nadie», dice la que abandonó el grupo prefabricado. «Ya nadie me dice qué música hacer, cómo pararme, qué pensar», añade la que durante mucho tiempo renegó de su primer disco, de título homónimo, que sacó en 2002.

Le gusta trabajar en equipo: apoyarse en su manager, en su banda y en la visión de la disquera, que siempre ha sido Sony; pero ahora, asegura, «sí puedo decir que me he encontrado con personas que me comprenden mucho más que antes y tratamos de lograr mis sueños».

Historia de un caballo

La mayoría de sus sueños los relaciona con la música. Probablemente porque a ella le debe literalmente la vida. La habitación secreta, o «el cuarto de la composición», como Lafourcade lo llama, estará en el pueblo donde la artista pasó su infancia. Allí, en Coatepec, a los seis años, hizo algo por primera y última vez:

—¿Qué se te antoja para tu cumpleaños? —le preguntó su madre.

—Montar a caballo.

Los padres la llevaron a un rancho de unos amigos que tenían una caballería; cuando empezó a trotar, el animal la tiró al suelo y casi se muere del golpe en la cabeza. Fue tan fuerte que necesitó una terapia de seis meses de rehabilitación. «Estuvo cabrón, quedé muy lenta», dice. «Tuve que volver a aprender todo: caminar, escribir, enfocar, hablar, distinguir las cosas…». Los doctores le dijeron a su madre que iba a tener dificultades en la escuela. Y María del Carmen Silva, pianista especializada en pedagogía musical, decidió crear un método mezclando la armonía, el ritmo y la melodía con las dificultades de habla y movimiento de su hija. Basándose en las iniciales de su nombre, el método Macarsi fue el renacer de Natalia.

Silva ya había tenido años atrás una escuela de música con su entonces marido, el clavicinista chileno Gastón Lafourcade, en la colonia Santa María La Ribera, en el Distrito Federal. Pero este método pedagógico lo basó en las experiencias cotidianas con su hija. Empezó a vincular los «aburrídísimos» ejercicios de psicomotricidad con la música. Comprobó cómo el entrenamiento auditivo se conecta con los niños a través del espacio o la relación social. La madre componía rolas para que la niña cantase y bailase. «Muevo la cabeza, muevo el pie», canturreaba Natalia mientras agitaba su cabeza y sus pies. Para ella, las palabras son música. Tiene un oído tan desarrollado que escucha y distingue figuras musicales en las conversaciones. «Casa, pez, patio y nuez… todo eso son corcheas para mí», comenta con la misma naturalidad con que cualquiera dice que el cielo es azul. De recuerdo le queda una cicatriz, oculta por el fleco, que le recorre verticalmente todo el centro de la frente.

Mientras hablamos, la cantante pide otra silla. Su asiento es blanco tamizado en blanco. No lo quiere manchar. La entrevista se realiza en una tienda de muebles estadounidense que inauguraron el día anterior en la colonia Polanco. Todo tan nuevo y tan a la venta que no quiere ser ella quien lo estrene. Ni con sus pies ni el maquillaje natural que pide para la sesión de fotos. Tan natural que apenas se aprecia a 30 centímetros de distancia que requiere de una hora y cuarto de trabajo para hacer desaparecer los efectos de una cara que ha dormido poco.

Natalia Lafourcade dice que vive «en una esquina del mundo». Sus ojos son rogones y su risa es filantrópica. Los párpados le caen como si acabasen de recibir una mala noticia, pero su carcajada tiene reverberación. Todo en un cuerpo diminuto, más propio de una alumna de secundaria que de una mujer de 28 años; un cuerpo con el que nunca juega. No muestra, no enseña, no se contonea. Ella es una persona famosa que lo primero que hace es invitar a sentarse a su lado. Se acurruca en su asiento, apoyando la cabeza en el reposo de la silla para prestar atención y pensar sin prisa, como si estuviese de plática con una nueva amiga de la que acepta recomendaciones de libros, que luego apunta en su celular. Cotorrea cómoda, está acostumbrada a hablar de sí misma, pero también pregunta, con la extraña habilidad de llevar a una desconocida hasta la esquina del mundo musical que habita.

Era una niña cuando sus padres se separaron; se fue a Coatepec con su madre y empezó a recibir clases de baile, flauta, pintura, teatro, piano, guitarra, saxofón y canto. Un proyecto de niña artista, una Shirley Temple de tiempos pasados o una Taylor Swift de la actualidad. Pese a esa preparación, dice, «entonces no me imaginaba que iba a hacer esto que hago. Era lo normal en mi casa».

A los nueve años se mudó al DF y en los siguientes dos años descubrió que ya no quería ser bailarina, actriz o arquitecta, como pensaba de niña. Su madre montó otra escuela infantil de música mientras ella se dedicaba a grabar canciones en un teclado Yamaha que pasaba a un estéreo de doble cassete. El Macarsi empezaba a fraguar a la cantante que llevaba dentro.

La talacha de ser Lafourcade

Los discos de Twist, la banda que dejó a los 17 años, se venden en la página web Mercado Libre. Lafourcade no lo sabe y se sorprende. En 1998, entró en la escuela de música popular contemporánea Fermatta. Hacía hora y media de camión para ir a estudiar, desde su casa, en la colonia San Rafael, hasta San Jerónimo. Cuando salía de la escuela cantaba canciones de boda en el bar Grillos, en la Avenida de la Paz: un lugar de viejos en el que ganaba un dinero extra que utilizaba para comprar ropa y discos. Su madre le pagaba la escuela. «Yo vengo de ahí, no soy nada fresa; valoro mucho todo lo que he conseguido. Cada quién tiene su lucha, pero me tocó mucha talacha para lograr lo que tengo».

En Fermatta, un tímido estudiante llamado Juan Manuel Torreblanca —hoy uno de los líderes de la movida indie en la música mexicana y líder de Torreblanca— la observaba con cierta desconfianza. Lafourcade, cuatro años menor que él, le llamaba la atención porque se ponía a cantar, reír o brincar en público. «¿Qué le pasa?», se preguntaba el dueño de la casa en la que meses después la chica saltimbanqui compuso Busca un problema, el single de su primer disco. «Estábamos improvisando, se puso a escribir en un cuaderno y en cinco minutos sacó la rola», recuerda hoy Torreblanca mientras conduce su auto. La entrevista me la da antes de un retiro de 10 días con su banda para preparar su segundo disco.

Pese al recelo que sentía, el músico entendió que la de Lafourcade es una personalidad «realmente muy luminosa», así que le propuso ser la cantante de un grupo que tenía con dos profesores de la escuela. Estuvieron en Índigo durante un año y medio, tiempo en el que descubrió que la artista «había escuchado muy poca música». Para solucionarlo, le empezó a grabar cassettes de Ella Fiztgerald, Janis Joplin o Moloko. El aprendizaje, de nuevo, queda claro que funcionó.

Pueden leer la historia completa (Dedicatoria a Peña Nieto + Soy una forever + La reconexión + La cicatriz de Lara) realizada por Elsa Cabria comprando el semanario Domingo disponible desde este domingo 14 de abril acompañada por El Universal ó individualmente desde el 15 al 20 de abril en puestos de periódicos o desde el sitio Domingo El Universal.

Fuente: Domingo El Universal | Fotos: Atonatiuh Bracho